(Publicamos secciones del Dossier dedicado a Heraud, en nuestra Revista Códice N°2, versión impresa)
Javier Heraud y el silabeo del corazón
¿Por qué me acechas de este modo poesía?
¿Por qué me persigues insistentemente?
Javier Heraud
Este dossier reúne una serie de poemas inéditos, así como también una selección de dibujos, diseños de carátulas y algunos poemas manuscritos de Javier Heraud. Este año se conmemoran sesenta años de su muerte acaecida en Puerto Maldonado, Perú, un 15 de mayo de 1963. El poeta había nacido en Lima en 1942.
El verdadero legado de Heraud radica en su obra poética, la cual está dotada de un campo semántico transparente, logrando en cada imagen una sencillez que nos deslumbra. En poesía, no todo lo sencillo deslumbra, ni tampoco todo lo excesivamente complejo nos deleita. El buscado equilibrio consiste en encontrar el peso exacto que produce un verso claro, y el espesor de una imagen oscura. Basta leer unos versos de Heraud para comprobar esta premisa: “Mi cuarto es una / manzana, / con sus /libros, / con su /cáscara, / con su cama / tierna para / la noche dura”. La habitación adquiere vida propia (como en algunos poemas de Baudelaire), la cáscara, esa capa resistente, anhela algún cobijo, y la manzana se manifiesta como el símbolo de la apertura, la puerta inmortal de la poesía. Su cuarto es el hogar del poeta, el cual incluye también a sus autores predilectos: Neruda y Vallejo. Todo cabe en esta materia circular y mítica. Heraud partió la manzana por la mitad, y descubrió la estrella de cinco puntas. La manzana canta como un corazón.
Tanto en sus poemas como en sus cartas vivirá su espíritu solidario. Aun cuando muere a los veintiún años de edad, su breve obra poética ya estaba dotada de una madurez inusual. Los años (que no esperan) y las experiencias vividas tempranamente le cayeron encima como enredaderas, y no las pudo contener —y para bien de la poesía— no las supo contener. Nos dejó poemas claves (como también lo hiciera Luis Hernández) para la comprensión de la poesía peruana a partir de la década del sesenta. Poemas como “El río”, “El poema”, “Recuento del año”, “Mi casa muerta”, “Poema para Antonio Machado”, “Viaje por las calles” o “Krishna o los deseos”, entre otros, ya mostraban a un maestro de la sencillez y conocedor de la precisión. A pesar de las obvias influencias (Eliot, Neruda, Machado, Vallejo, Manrique) la poesía de Heraud logra una dualidad difícil: el ensamblaje de una cadena de símbolos (el río, la fuente, la casa, el viaje), y, en otra planicie, la experiencia transfigurada en un deseo de reconstruir el poema y el mundo. El poeta optó por el decir directo y transparente. Sabemos que la transparencia es un arte difícil de conseguir en poesía. Lo diáfano es engañoso como el cristal, la construcción del poema se torna más profunda cuando describe su cuarto o el viaje deseado, el río del desencanto y su temprana muerte acribillado bajo pájaros y árboles.
“Mi único reino es mi corazón cantando”, dice un verso de Javier Heraud ¿Se puede acaso escribir desde el corazón? ¿Si vemos el corazón como un río del que mana la vida y el lenguaje, entonces sí es posible cantar desde el corazón, escribir lo oscuro desde su guarida secreta? “Mi único reino es mi corazón cantando” no tiene ninguna señal romántica, sino más bien se adhiere a una contundente corriente de transparencia. El verbo cantar — casi siempre— ejemplifica un sonido armonioso. El reino es el territorio del espíritu. En poesía no todo es claro como el agua, lo sabemos. El lenguaje, con su torre metálica de filtros, se interpone con frecuencia en la sensibilidad y la elocución. Algunos poetas se quedan en la torre metálica echando solo humo. Vallejo, en medio de la dificultad de su discurso, con Trilce (1922) llega directo al corazón. Góngora, en Soledades, puede bien rozar sin temor el luciente honor del cielo. Sabemos que contra viento y marea el gran poema contiene una belleza que nos paraliza, una emoción que nos hace dudar. Claro está, la belleza y su efecto de estremecimiento la produce el sentido del poema. No es necesario perderse en un bosque sin salida: la literatura, la poesía debe estar cargada de sentido, como sugería Pound, pero también de una compleja claridad. El gran poema guarda un equilibrio en todo su contexto. Lo claro no es fácil, lo transparente engaña como la luz de un árbol bajo la nieve. Heraud logra combinar con acierto lo transparente con el espeso y difícil lenguaje del corazón.
Miguel Ángel Zapata Long Island, Junio 2023


HAMBRE
Me comía los árboles de la avenida,
que los ojos con los hombre ciegos
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀querían devorar.
Me comía los balcones, las tablas,
los patios, las rejas, los jardines,
que los arquitectos querían devorar.
Me comía las emociones del mundo,
Los sentimientos de los libros,
que los “prácticos» querían devorar.
Me comía a los niños, pues ya sabían
que aprendían cosas huecas. Y a
quienes los maestros querían devorar…
Me comía a los hombre buenos
pues yo sabía que eran pocos
y a quienes los lobos querían devorar.
Me comía a mí mismo. Sí. A mí mismo.
Pues intuía que me querían devorar.
(1958)
Nota: Este poema fue publicado en Javier Heraud. Poesías completas.
Lima: Campodónico Ediciones, 1973.
Abajo está la versión anterior encontrada en un cuaderno de
poemas de puño y letra de J. H.

Voy surgiendo entre
espadas de ruidos y
latitudes
entre cigarros apagados
por el inmenso humo,
entre noches sin dormir
al lado del suspenso.
Donde mi sangre nueva
se innovará a la salida
de la tarde,
por llantos enormes,
por sollozos inconfundibles
de lo lejos.
Mis paredes se
abrirán de nuevo,
entre el sonido
de viejas espadas
aturdidas por el
viento,
entre nuevos cigarros
que alumbrarán mi boca
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Xavier
(Enviado en fotocopia por Degenhart)

©️ Dossier perteneciente al Archivo Herederos de Javier Heraud, prohibida su reproducción total o parcial sin la autorización debida.



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